Quién
diría que en el centro de esta urbe de cemento, llena de tráfico, desorden y de
muchos afanes se podría encontrar tanta calma, silencio, tranquilidad, y hasta
un poco de agrado en compañía de quienes pisaron esta tierra. De quienes alguna
vez recorrieron las calles de esta ciudad. Quizás sean solo ellos quienes podrían
decir que en Bogotá se puede descansar en paz en medio de una metrópolis que no
descansa.
Usualmente
escribo sobre exposiciones, muestras y eventos culturales que se llevan a cabo
dentro de museos muy elegantes, sofisticados y llenos de mucho arte. Pero quien
podría decir que en un cementerio no se
puede encuentra lo mismo, vale aclarar que en un nivel superior, que va
más allá de la vida misma. Les hablo del Museo Cementerio Central de Bogotá.
Sobre
una gran e imponente entrada de cemento amarillenta y de rejas negras, se
encuentra el Dios del Tiempo, que con
una hoz en sus manos da la bienvenida a los visitantes, y les recuerda que nuestro paso por la vida
terrenal es transitorio. Que en algún momento el reloj del tiempo en el cual el
Dios Kronos se encuentra recostado terminará de contar las horas y, en ese
instante él tendrá el poder de segar la vida de las personas.
En
el interior del cementerio el viento se escapa por cada una de sus calles empedradas,
acompañado de un agradable silencio que acoge a quien es capaz de dejar atrás
el temor que puede producir la muerte. Frente a la entrada lo primero que se
observa es la escultura del Cristo Caído, una imagen que rasga el alma ya que
representa el dolor de María sufre por la pérdida de un hijo, y el dolor de Jesucristo
después de la crucifixión.
El
Museo Cementerio, es una mezcla de vida, muerte y arte. Dentro de él la vida se encuentra en cada uno de los
grandes árboles que crecen y brotan de la tierra, son grandes y majestuosos,
cada vez que corre una leve brisa citadina, cada rama y hoja la amplifica con
un hermoso sonido de campo.
El
arte se observa en cada lugar donde posemos la mirada, en cada tumba de los
precursores de la historia de Colombia, de los presidentes que en El Cementerio
Central encontraron su última morada, como las de Gustavo Rojas Pinilla,
Virgilio Barco, Enrique Olaya Herrera. Pero también muchas tumbas son visitadas
por hechos que marcaron la historia del país como Tumba de Francisco de Paula
Santander, declarada Bien de Interés Cultural Nacional. La Tumba del astrónomo
colombiano Julio Garavito Armero, famosa porque los lunes es visitada por
personas de la comunidad LGBT, quienes la adornan con flores azules, Y la
Escultura de El pensador en la tumba del empresario alemán Leo Kopp, famosa
porque los visitantes acostumbran a contarle sus secretos al oído pidiéndole
ayuda. Cada una de las estructuras, Mausoleo o Panteones como la del Ejercito
Nacional de Colombia, son dueñas de un estilo único, lleno de muchos detalles
que con el paso del tiempo, cada grieta, color y forma se han desvanecido,
dejando misticismo y reafirmando aún más el alejado y recóndito arte que se
puede encontrar al rededor del último adiós.
Finalmente,
la muerte en este museo un poco atípico para los acostumbrados a visitar
lugares elegantes y refinados, para mí (Valga la aclaración) se encuentra ciertamente
dentro de nosotros mismos, ya que desde
el primer paso que se da en este lugar constantemente nos preguntamos cómo será
ese día cuando nuestro reloj biológico deje de correr, cuando dejemos en el
aire nuestro último suspiro y nuestra vida solo se transforme en un recuerdo
para quienes siguen vivos.
El Cementerio Central de Bogotá es el cementerio más antiguo y reconocido en la ciudad de Bogotá, Colombia. Ubicado en la Carrera 20 # 24 - 80. Localidad: LOS MÁRTIRES. Barrio: Santa Fe.
Realizado por: Camilo Fresneda Larrota.
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